jueves, 19 de junio de 2008

I see dead people

Pronunciada por la vocecita de Haley Joel Osment, la frase del título es la más recordada de las nueve películas que tiene M. Night Shyamalan. Nueve películas con la misma fórmula, la de meter en la misma sopa suspenso, filosofía, hechos sobrenaturales. El director hindú es de los tipos que creen que la misma receta les va a funcionar cuantas veces quiera. Se cree el amo y señor del 'twist', que no es una sacudida del rock & roll, sino el recurso de dar un giro brutal en una trama llena de apariencias y donde el espectador onicófago extremis se pregunta qué vendrá después. Sabiendo de que lo acusan de abusar de esta técnica narrativa, la última cinta de Night: El fin de los tiempos (The Happening) carece de giro narrativo, más bien la razón de las catástrofes ocurridas en la cinta se conoce inmediatamente. Es más si tiene un 'twist', la verdad, pasa desapercibido, más bien lo último de este hombre es un tongue twister, o sea, un trabalenguas.

Plot & ¡Plop!
Los hechos empiezan en Central Park, donde la gente empieza a suicidarse sin asco. Los medios informan que se trata de una especie de gas terrorista que altera las funciones cerebrales de la gente para invitar su autodestrucción. El profesor de matemáticas Elliot Moore (Mark Wahlberg) huye de Philadelphia junto a su 'autista' esposa Alma Moore (Zooey Deschanel) y la pequeña Jess (Ashlyn Sanchez), encargada por un amigo que también huía, pero decidió regresar para buscar a su esposa. En el inicio del éxodo, el por qué de los suicidios les es revelado por un enfermito: Una toxina letal emanada por las plantas. Luego de correr, escapar, toparse con gente cada vez más loca, el trío sobrevive. Nada pasa, todo se calma. Elliot Moore vuelve a la felicidad con su mujer, con Jess, quien descubre que está embarazada. Eso sí, lo suyo solo fue una alerta divida, pues el verdadero diluvio comienza en Paris, punto en el que acaba esta admirable cinta. El no usar el 'twist' le salió por la culata y sin él, una película llena de tensión para un final abierto, parece que solo tuviera como fin justo eso tensionar y tensionar pero dar el golpe final. Y es que Shyamalan solo conoce un golpe, no sabe pelear, es un cobarde. Y así todo se va al tacho.
Queriendo dar humor, la cinta posee momentos de gran estupidez y todos ellos protagonizados por Alma, la esposa. Uno de los más idiotas es cuando en plena huida y ante la inminencia de la muerte, Alma le confiesa a su esposo que le mintió: La gran mentira se trata de haber comido un postre junto con un tipo llamado Joey y nada más. Pero el premio a la tontería se la lleva una escena en la que uno de los suicidas se mete a la jaula de unos leones hembra y les pasa la voz para que por favor lo maten. Las fieras le quitan un brazo y el tipo no contento con eso ofrece el otro. Un éxito.
Esperamos que alguna pandemia suicida lleve a M. Night Shyamalan a matarse. No pedimos su muerte física (Para darle de su propia medicina, quizá el moriría introduciendo su cuerpo entre los rollos de una proyectora, qué se yo), sino su pronto deceso como escritor de guiones.

C.R